El libro de mamá
Este es un libro que escribió mi mamá, es decir, son los manuscritos de un libro, en el que cuenta su vida y la de su familia. Mi idea es transcribir su contenido pero también que estén las páginas originales a la vista.
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PRIMERA PARTE
En las estribaciones de la Cordillera de los Andes, lado argentino, se estableció la familia de Sabino Vistoso y su mujer, Belarmina Hidalgo.
Se habían casado en Chile, su país de origen, y allí se quedaron sus afectos.
Cambiaron varias veces de sitio donde vivieron, buscando siempre mejores pasturas para los animales y tierras que labrar. Sabino y Belarmina compartían las responsabilidades, cosa rara al principio del siglo pasado.
El nacimiento de los hijos fué difícil, no prosperaban vivos. El clima hostil era un factor determinante.
Ella se ocupaba de la huerta y cultivo de flores… Florencia fue la primera que sobrevivió, después
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vino Osvaldo, otra niña que murió, Gerardo y Blanquita.
Uno de los lugares que habitaron era Laguna Blanca, que tenía una laguna muy hermosa, en la que vivían flamencos rosados…
Cuando estaban más lejos tardaba un mes, con las carretas, en llear a zapala, donde vendían los cueros, crines de caballo, plumas de aveztruz, y lana de ovejas, y compraban zapatos, telas, talegos de yerba mate, azúcar, café y manufacturas, muchas importadas, como té de ceylán, con el premio de tacitas de porcelana finita, llamada cáscara de huevo. Cuando habían comprado una determinada cantidad de ricoté, grasa bovina del frigorífico La Negra, que venía en latas con la imagen pintada de una sonriente africana
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de pelo ensortijado…
Dos veces al año hacían este viaje… Traían semillas, herramientas, ropa de cama, muebles para la casa… hilos de coser y bordar, agujas, lanas de tejer.
También usaban las carretas cuando se mudaban de un campo a otro.
En este caso llevaban grandes jaulones con las aves de corral. Arreaban los otros animales, bovinos, caballos, ovejas, y cabras, ayudados por peones y, cuando llegaban al sitio elegido, construían las viviendas con maderas del mismo lugar, gallineros y corrales.
Sembraban después la huerta, que abastecía la cocina.
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Los años transcurridos en las márgenes de la cordillera tenían mucho tono local. Belarmina había bordado para Sabino una tabaquera de paño negro con coloridos hilos que alegraban el diseño, donde él guardaba los elementos para armar cigarros…
Los hombres competían para lucir este tipo de prenda sujeta al cinturón…
Florencia y Osvaldo jugaban en el borde de los precipicios para alcanzar los nidos de cóndores con sus pichones. El alcanzaba al nido y ella lo sostenía de la camisa fuertemente. Ahh! Edad de la confianza en las propias fuerzas donde el terror no había llegado todavía!!!
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Florencia siempre recordaba una infancia feliz.’
Decía: No teníamos TV, ni adelantos técnicos y fabricábamos nuestros juguetes, pero la nuestra era una sana alegría.
Sus padres los dejaban compartir las tareas en el campo, con los peones, cuando podían hacerlo…
Lata patrón, traigo vellón, decía fuerte cada uno de ellos cuando llevaban al capataz el vellón de lana de oveja, esquilada con tijera.
Y les era entregada una latita redonda y plana, como una moneda grande, que los peones juntaban cuidadosamente, ya que después las cambiaban por dinero, con esas piezas metálicas contaban para calcular el precio de su trabajo.
cuando castraban a los animales
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los chicos participaban menos.
Miraban el trabajo que se hacía rápidamente, con cuchillo, y los corderos quedaban asustaditos y doloridos…
Se amontonabanunos y se escuchaban unos balidos como un llantitos.
Los rudos peones ponían los testículos recien cortados, al asador y los comían como un bocado especial.
Entre ellos había un europeo refugiado de la guerra, no trascendió su país de origen.
Le decían “el gringo” y acostumbraba comer persimoniosamente, mientras los otros tomaban mate, un preparado compuesto
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8 a mejor que
En épocas de nuestra pobreza mi mamá me lo hizo probar, y diré que era riquísimo, cuando no había leche y mamá preparaba papas de gre…..
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por pedacitos de pan, nuevo o viejo, en un tazón grande, con azúcar y agua caliente.
Lo mezclaba bien y lo comía despacio, con una cucharita…
Le llamaban “sopas de gringo” a esta merienda y solucionó el problema de los desayunos o las tardes, cuando ocasionalmente faltó leche, resultando riquisimo.
Llegaba también el tiempo de la yerra y la aplicación de la marca de la familia, a los animales terminando todo el trabajo con una comida campera que era una verdadera fiesta.
Las iniciales de Sabino Vistoso con hierro al rojo se veían después en los lugares adecuados para señalar que ese vacuno
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En aquellos años corrían en la zona ciertos rumores, de que estaban estableciendo “las minas del gobierno”, refiriéndose a la explotación del petróleo, en Plaza Huíncul, en Comodoro Rivadavia, etc. La gente veía esto con ilusión de progreso y los que conseguían trabajo en estas empresas tenían beneficios mejores que los simples trabajadores rurales.
El empleo era seguro y permanente y la Empresa edificaba viviendas Plazas y se formaban poblaciones que desarrollaban paulatinamente la zona.
Sabiano Vistoso, con sus nombres llevaban leña al pozo nro 1 de Plaza Huincul, que fue el 1ro que se perforó en este lugar para extraer el oro negro. Todavía está como una reliquia, porque ya no se trabaja
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En el pueblo que se iba formando construyeron una casa de tipo colonial, paredes gruesas, varias habitaciones, cerca de la plaza con un prolijo cerco vegetal. El terreno se alargaba detrás de la casa y al costado, con plantas y flores.
Adelante, dentro de la casa y el cerco vegetal un cuidado jardín. Sobre unos sauuces del fondo, un palomar, y debajo un gallinero.
Había un matrimonio de cuidadores y los abuelos dividían su tiempo entre la casa del pueblo y la casa del campo.
Sabino, mi abuelo, enseñaba a sus hijos que el 21 de Junio, comienza el invierno se empezaban a alargar los días a tranco de pollo cada uno amaneciendo poco a poco más temprano
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Una fría mañana venía uno de los peones corriendo a la casa del campo
- Patrona, Patrona
Belarmina se detuvo
- Que pasa?
- Hay gente con unas máquinas
Ella se colocó un rebozo sobre la cabeza y el cuello y se dirigió al lugar adonde una perforadora esperaba para ser colocada en un amplio pozo.
Decidida, bajó ella y comenzó a increpar a los intrusos, que estaban liderados por un hombre rubio, con acento alemán…
En este lugar no van a hacer trabajos de ninguna clase. Yo
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no he autorizado nada y no nos van a atropellar en este país como están haciendo en Europa!!
- Sra, Salga de allí
- No voy a salir. Este campo es mío y no van a entrar Uds. a destruir y hacer su
voluntad, váyanse de aquí!!!
- Sra, que me meto en el pozo y la saco a la fuerza!!
- El dedo en el culo te vas a meter, alemán de mierda!
Fue una discusión ríspida y el hombre replegó a sus operarios y sus máquinas y se fue
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Al día siguiente Belarmina montando de costado en su caballo, llegó a ver al gobernador con sus planos y documentos, regresando con una órden de éste que prohibía a cualquier compañía extranjera realizar perforaciones en el predio.
Esto tranquilizó los ánimos y poco a poco las antes bruscas palabras se convirtieron en un acercamiento provechoso.
El ingeniero alemán recorría la zona en pos de sus investigaciones, y venía a la casa de mi abuela a tomar mate y, con mutuo respeto, cambiaban ideas sobre los acontecimientos de por ahí. Ella había descubierto que una lesión secundaria a la vacuna antivariólica, en el brazo de florencia, era supurativa
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y rebelde a los tratamientos que recibía.
El la vió y le explicó que existían beneficios en curas de sol.
Entre los dos organizaron un plan.
Se confeccionó un cajoncito donde se colocaba a la niña dejando la herida del brazo expuesta a la luz solar…
El primer día 5 minutos, al otro día 10 minutos, otro 15 minutos hasta una hora al final, y al terminar le hacían una curación en la que extraían pequeñas astillitas del hueso, cuarando hasta el día siguiente.
Comenzó a cicatrizar lentamente dejando una zona hundida como un ombligo pegado al hueso del brazo izquierdo.
Cuando Florencia era joven y se vestía de fiesta llevba como una capita ocultando la cicatriz.
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Cuando dos personas alegaban para dirimir algo, conceptos diferentes, sin llegar a ponerse de acuerdo, Florencia decía: tira vaca y tira buey, aludiendo a que alguna vez que unieron las carretas vaca y buey por necesidad ocasional, esta unión daba como resultado un toroneo completamente diferente de cuando dos bueyes, como debe ser, a paso cansio y lento, pero parejo conducían la carreta con armonía sin inconvenientes ni sacudones.
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En un libro de nuestro querido Florencio Escandó, que se llama El Alma del Médico, dice que el “alma del médico” está en todos aquellos que se preocupan para curar al otro, con criterio y vocación. Enfermeros, Kinesiólogos, etc, hasta curanderos, acupunturistas, etc, de la misma manera que NO ESTÁ, en médicos venales, negligentes o cuyas defectos como seres humanos hacen que al enfrentarse con el doliente, no ponen en el acto médico la seriedad y atención que éste merece.
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Cap II Episodio ?
Una vez una Yegua fue herida en el abdomen por los cuernos de un toro, y Sabino decidió que la sacrificaran, porque no tenía remedio.
Belarmina se negó. Hizo que le trajeran unas sábanas con las que envolvió la cabeza del animal herido, haciendo que al respirar su propia exhalación se produjera un semisueño.
Con aceite comestible y salmuera le limpió los intestinos que estaban expuestos y sucios con tierra, hasta que pudo colocarlos en su domicilio abdominal, cerrando la herida con costura de aguja e hilo de colchonero.
La liberó de ls sábanas y la soltaron con peones que la contenían, Colocándola aislada de los otros animales. La curaba y la alimentaba diariamente
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ella misma hasta que pudo levantarse y volver a andar. Las actividades de Belarmina se conocían entre los vecinos y aumentaban el merecido respeto de que gozaba…
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Florencia fue enviada a estudiar a Bahía Blanca, en el Colegio de María Auxiliadora, de la Orden de los Salesianos.
Enfrente estaba el colegio de varones que era de Don Bosco, donde estudiaron los Sapag, conocidos políticos de Neuquén.
Ella recordaba su paso por este colegio donde estaba pupila, como una época divertida y alegre.
Las camitas de las niñas estaban distribuidas en fila a cada lado del dormitorio parecido a un cuartel y frente a las dos puertas de salida dormía una monja.
A la más intolerante le habían hecho la broma de colocarle sal de fruta en la bacinilla para reír a más no poder cuando ella la usó y se asustó con la reverberación de su espuma.
Otras monjitas eran cariñosas y queridas; interactuaban con ellas y les enseñaban labores y juegos de salón, acertijos, etc.
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La monja que les enseñaba a tocar el piano se dio cuenta de que Florencia debía acercarse demasiado a la partitura para reconocer las notas.
La llevaron al oculista y le pusieron los primeros anteojos de gruesos cristales, que por coquetería a veces no usaba…
La amiga más querida, que conoció en el colegio, era Julia Constanzo. Su familia, de origen italiano, tenía una chacra importante en Choele-Choel, donde fue invitada a pasar unas vacaciones.
El padre las hacía bajar y subir cantando del sótano cuando iban a buscar frutas secas, confituras o dulces, para asegurarse que no comieran dulces antes del almuerzo en el trayecto.
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Paseaban en auto con los hermanos varones de Julia y recorrían el río en botes.
Se hacían conservas y escabeches que guardaban en el sótano.
También vino, chorizos y jamones.
Estando en el colegio fue cuando Julia “se hizo señorita” como decían cuando aparecía la menorrea.
La primera que lo supo fue Florencia. Las monjas se enteraron después y la novedad ya había sido solucionada. La ayuda de su amiga vino como respuesta a su confianza.
En los desayunos y meriendas consumían pan casero, manteca y mermeladas
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perfumadas, todos hechos allí.
En los almuerzos y cenas familiares la sobremesa era de rigor y a veces había juegos de cartas o lotería.
Las guitarreadas y baile se producían los sábados o domingos, cuando no había excursiones.
El paisaje parecía vivir en la memoria de Florencia, cuando fue mayor.
Los manzanos de la zona, naranjos, cerezos.
Realmente un vergel, un paraíso.
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Los diferentes verdes y los arboles frutas de la isla de Choele-Choel nunca fueron olvidados por Florencia y ellas se comunicaron por carta durante mucho tiempo después de que Florencia tuvo que dejar el colegio.
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III Episodio
“Los hombres de mi familia morían jóvenes…”
Sabino Vistoso no había cumplido 50 años. Tuvo una neumonía de fatal desenlace.
Dejaba a Belarmina con 4 hijos: Florencia, la mayor, la rubia de la familia, tez blanca de azucena,
Osvaldo, moreno y con cara de boxeador.
Gerardo, firme en sus convicciones y recitador de poesía gauchesca y guitarrero en los fogones.
La pequeña era Blanquita, tez morena y cabello renegrido.
Florencia contaba que había sido hamacada en una cunita de estilo indígena (chigua) que colgaba del techo en la vivienda
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y cuando alguien pasaba cerca la tocaba suavemente, hamacándola.
Tal vez no hubiera querido ese recuerdo? Ella, que cuando murió dejó un pequeño departamento en Recoleta, que había comprado con los ahorros de su trabajo de maestra especial.
Pero aquella familia sentía orgullo de darle utilidad a la chigua, cunita ancestralmente usada por los lugareños, y las matras, pesadas mantas tejidas en telar de hermosos colores o bordadas por las mismas muchachas habitantes de la zona, sin ningún ánimo de desvalorizar o discriminar nada, sino viviendo con integración y sabiduría.
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El ingeniero era joven, alegre y fiestero.
En los bailes del Club Social había conocido a Florencia. Era atildado y diferente de la gente del lugar. Formaba parte del staff de trabajo del Campamento de Plaza Huincul.
Comenzaron a salir en la voiturette para hacer paseos en los alrededores.
Ella cuidaba su peinado con peinetas que dejaban ondas, como era moda en aquellos años.
Él tomaba hermosas fotografías en sepia. Ella aparecía sentada en un tronco, teniendo en su falda dos corderitos recién nacidos blancos con el fondo
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no se veía cosa alguna hasta el infinito.
En otras ocasiones con vestido negro de fiesta y un mantón de manila sobre los hombros
Los paseos eran frecuentes algunas veces con otros jovenes compartian simpáticas celebraciones por fechas importantes para con alguno en particular…
En la cabeza inexperta de Florencia la ilusión y la esperanza crecieron hasta que se enamoró perdídamente de él.
Cuando supo que estaba embarazada se aturdió
Él debía volver a Bs As. pronto. Belarmina no sabía.
- Voy a ir con vos
- No puede ser - Seguramente vendré a buscarte más adelante
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- No me voy a quedar sola en estos momentos...
- Estoy dispuesta a acompañarte, y allá resolveremos lo que podemos hacer
- Bueno, dijo con un dejo de inseguridad en la voz
Como buen petimetre frente a las cosas importantes de la vida la asaltaba una rara perplejidad. Se veía protagonizando algo para lo que no estaba preparado y en su cobardía no había lugar para determinaciones que veía demasiado difíciles.
Pensaba en su familia que siempre había tenido pretensiones de estar colocados en buena posición social, y si aceptarían este noviazgo originado en el lejano Neuquén.
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¡Y con un embarazo!
Ella era el motor que impulsaba los acontecimientos.
La pasó a buscar una mañana. Ella había preparado una valija y una capellina, que se usaba.
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El viaje a Buenos Aires en la voiturette por los caminos que no eran para nada buenas rutas fue azaroso. Llevaban otro pasajero. Un amigo de Darío.
No paraban casi- Al llegar a Tandil, Darío quiso dejar a Florencia. El amigo intercedió con indignación. Florencia no entendía este cambio. Nunca hubiera creído verdad tan cruel pensamiento. Siguieron viaje hasta llegar a la capital y se separaron del amigo yendo los dos a una pensión cerca del Parque Lezama.
Allí descansaron y comieron y Darío presa de un nerviosismo que ella no le conocía, le explicó que necesitaba adelantarse a ver a su familia para preparar el camino. Después vendría a buscarla.
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Florencia no vió más a Darío.
Su desaparición fue total y permanente.
Como si se hubiera desentendido de una carga molesta y que no le pertenecía para nada.
El clima era gris en esos días, y una niebla parecía penetrar en los seres, y les impedía recorrer el camino de las certezas.
La vida proseguía sin pausa empujando hacia adelante, sin intervención de nadie, los acontecimientos.
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Contando el dinero que tenía, que no era mucho, esperaba la vuelta del hombre que se fue presuroso para preparar la presentación en su flia.
Florencia desconocía muchas cosas, pero imaginaba que no sería fácil que aceptaran su embarazo y viaje a Bs As con el hijo del ingeniero Darío Radaelly su novio en Plaza Huíncul.
Estaba imbuída en un valor rayando con lo extraordinario.
El, seguramente, hablaría con la flía vendría a buscarla y ella se acilalaría lo mejor posible. Sus estudios secundarios en María Auxiliadora de Bahía Blanca le daban cierta seguridad, había estudiado piano, bordados y 3 años para ser docente. Cierto que la muerte del padre interrumpió esos estudios, pero haría lo posible por
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No mostrarse indigna de su novio.
Su arreglo personal era sobrio.
No pensaba en otra cosa y las horas pasaban sin que hubiera noticias de Darío. No podía ser que quedara abandonada en ese lugar.
La dueña de la pensión vino a esclarecer su incertidumbre.
- Bueno Sra, esta tarde tiene que dejar la habitación. No está pago nada más
El informe vino frío e inapelable. No había comido nada. No sabía adonde buscar a Darío, a su flía y a nadie que pudiera acercarse. .. a su situación que empezó … a percibir amenzantante.
Mientras Juntaba sus cosas para salir de allí surgían de sus ojos ardientes lágrimas (continúa en…)
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Caminó sin ver, con su valijita hasta un banco del parque.
Ese parque que fué predio de los Lezama, flía tradicional de Bs As, cuya casa solariega después se transformó en el Museo Histórico Nacional
En la tarde de octubre jugueteaba el aire frío de la anochecer.
Veía pasar, indiferentes y apurados hombres y mujeres. Algunos llevaban niños.
Las lágrimas por sus mejillas caían y se secaban sin que ella se diera cuenta.
Sus manos temblorosas de frío y de miedo se entrelazaban con nerviosidad…
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Miraba en el suelo como un encaje de sombra y luz, que se movía con el viento de la noche.
Las hojas dejaban pasar la fosforescencia de las farolas del parque y todo el paisaje luminoso cambiaba de lugar.
Una profunda congoja atravesaba su garganta. Nunca imaginó una situación así.
Rodeada por una soledad real, impenetrable. Ella con su hijo en el vientre. ¿Cómo iba a proteger a ese hijo si ella misma era la imagen de la desprotección?
Lágrimas heladas caían ahora desde su alma y los sollozos le permitían deshahogar su pena.
Sentada en un banco del Parque Lezama con una sencilla valija acomodada a su lado
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sin adornos. Atraía las miradas por su indefensión.
Con paso tranquilo se acercaba un trabajador que la miró con preocupación. Semicano, de mediana edad.
Con respeto se paró a su lado y le preguntó.
- Que le pasa? La puedo ayudar?
- No - dijo ella - no creo que pueda
- Pero no me puede decir lo que le pasa? No tenga miedo, soy hombre
serio, de familia.
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- Ha perdido algo?
Como una tormenta que se transformaba en lluvia mansa le contó todo.
La huida de la casa de su madre siguiendo a su amor… El viaje de tantos Km desde Neuquen a Bs As.
La pensión vecina al parque donde él la dejó, sabiendo que estaba embarazada, sin dinero, casi sin fuerzas, donde la echaron a la calle alegando que la estadía estaba paga hasta ese día…
La sorpresa del desconocido dió lugar a buenas palabras, queriendo tranquilizarla.
Finalmente le dijo que debía consultar a su esposa, y si a esta le parecía bien al día siguiente a esa misma hora vendría a buscarla para
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Los niños se habían acostado.
La mujer sirvió enseguida caldo caliente y comida que había quedado de la cena.
La recién llegada contaba nuevamente con creciente confianza, lo ocurrido.
En la sencilla pero limpia vivienda había en el comedor una cama turca, que servía cuando los hermanos de Arminda venían de Salta, o para que pasara la noche algún demorado. De día se sentaban los chicos en ella.
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- Debo conseguir un trabajo - dijo Florencia -
- Yo estoy en una fábrica metalúrgica y no hay mujeres - dijo él
- Yo no conozco trabajos, por ahora en el servicio doméstico hay que
llevar las propias sábanas y ropas de cama... dijo Arminda
Quedó pensativa y luego dijo:
- Me parece que lo primero que tenés que hacer es una carta a tu
madre contándole lo ocurrido. Estará preocupada sin saber lo que
pasa y merece que le digas todo esto, sin omitir nada.
Con angustia y esperanza Florencia escribió
A vuelta de correo recibió una generosa respuesta de Belarmina, que
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incluía un giro postal. La madre no hizo recriminaciones de ninguna clase. Agrega que Blanca, la hermana más chica, que siempre había querido estudiar en Bs As, podría venir a vivir con ella, y habría allí una casa familiar donde podrían llegar los hermanos Osvaldo o Gerardo cuando viajaran a capital.
Consiguieron en alquiler una vivienda en Flores, calle Membrillar adonde nací Yo.
Llegó Blanca justo para inscribirse en la Escuela Profesional, donde aprendería economía doméstica, Bordado, Costura, habilidades pragmáticas, sin tanto vuelo intelectual, pero mucho práctico que a ella le gustaba, aunque no lo pensaba sino como para ser Profesora de actividades prácticas
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Después conoció una compañera, que vivía con su madrina, en olivos, donde la señora tenía una pensión con pileta, muy lindas habitaciones y clientela con buen pasar, elegantes, profesionales otros estudiantes, donde vivió muchos años llamándola ella también “madrina”, porque llegó a encariñarse mucho.
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El embarazo crecía sin ninguna dificultad.
Florencia había congelado su dolor.
Donde compraban los remedios, el farmaceutico era joven, de tranquilos ojos verdes y maneras suaves.
Atendía consultas de los vecinos, colocaba inyecciones, elaboraba fórmulas magistrales y aconsejaba.
Florencia le consultó si conocía alguna partera, para atenderla y él le presentó una.
Pronto Alberto venía a tomar mate antes de abrir la farmacia, a la tarde.
Sus padres eran italianos y tenía 8 hermanos mayores.
Había tenido farmacia en Santa Fé, a medias con su hermana
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Rosa, primera mujer farmacéutica por esos años.
Cuando Yo nací Alberto era de la familia.
Su carácter moderado creaba a su alrededor un aura de respeto.
Nació entre mi madre y él un amor sincero y fueron a vivir en una casa de inquilinato en la calle Danel (?).
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Alberto y Florencia no necesitaron recibir más dinero del campo.
Él me traía unos hermosos caramelos que simulaban pequeñas bananas y frutas rojas que colocaba en el trinchante, visibles pero inalcanzables, y me los daba uno por uno después de la comida. Ya tendría yo 2 o 3 años.
Mi madre me llevó a Neuquén para que me conociera mi abuela.
Fué la última vez que queamos a dormir en la casa del campo.
Belarmina había retado a un capataz porque se había lastimado un caballo. A la noche el hombre se emborachó y parado delante de la puerta principal de la casona nos amenazaba diciendo que nos
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iba a matar.
Belarmina tomó la decisión.
Por una ventana del fondo salimos sin hacer ruido. Eramos 5 mujeres yo, en brazos de Corina, mi niñera, que usaba un guardapolvo escolar blanco, la mujer que hacía las tareas domésticas, Belarmina y Florencia.
Frío, Viento y olor a campo en el camino atravesando la oscuridad presurosas y atentas sin contar la opresión del susto que nos acompañaba, llegamos a la casa de unos vecinos, que no era muy cerca.
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El tiempo transcurría y mi abuela sentía disminuídas sus fuerzas para manejar las tareas y aconteceres que se relacionaban con capataces y peones, al no estar ya Sabino, las inseguridad se hacía palpable y dejó de creer en el campo como proveedor del dinero para el sustento familiar.
Fue a vivir con sus hijos a Plaza Huíncul, en la casa del pueblo, que tenía manzanos y durazneros y plantas con flores perfumadas y un estilo colonial, pintada de blanco con varias habitaciones grandes y cómodas.
Los sillones se cubrían con “matras” tejidas en telar, de colores
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vivos, confeccionadas en la zona y carpetas tejidas a crochet por ella, cubrían las mesas.
Los manteles estaban bordados con hilos de color, a máquina. Labores que había hecho Florencia en la escuela.
Y se ocupó de ofrecer pensión para comer con almuerzos y cenas.
Ingenieros, técnicos, administrativos, Señores que estaban en Plaza Huíncul por su trabajo y preferían comida casera y cuidado ambiente.
La abuela tenía una cocinera y un empleado que servía las mesas del comedor y ayudaba a la cocinera.
Belarmina llevaba alrededor del cuello una cinta de terciopelo negro y de este color era su ropa después de la muerte de Sabino.
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Leía siempre los diarios y escuchaba la radio, con sus telenovelas y las noticias.
Ella tenía un sillón especial de mimbre parecido al Rattan, cómodo, con un almohadón de colores y flecos, de estilo sureño y una perrita blanca que se llamaba Tula que no se movía de su lado.
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